lunes, 13 de abril de 2009

Dejemos fluir las emociones… pero suavemente.

Nuestras emociones deben salir como la ola suave que baña la playa tranquila No como la ola que revienta sobre el roquerío. Porque nuestras emociones siempre golpean en el pecho de alguien. Y no tenemos derecho a herir a nuestros cercanos por no haber pensado lo suficiente. Claro que tampoco debemos pensar sólo para manipular a los que nos rodean, esperando que se preocupen de lo que nosotros sentimos pero sin dar a cambio contención, ternura, cariño.

Las emociones nos conectan con los que queremos. Pero también pueden quebrar todos los puentes que nos unen a nuestros cercanos si no somos capaces de encauzarlas correctamente.

Cuando queramos exigir atención preguntémonos ¿yo doy la atención que estoy pidiendo?

Cuando nos enojamos porque no nos tomaron en cuenta pensemos ¿qué hice yo para facilitar ese proceso?

Cuando no queremos ni siquiera hablar ¿será lo que la otra persona necesita o tendremos que hacer un esfuerzo y ponernos en su lugar?

Cuando asumimos que nos tienen que atender ¿programamos algo para retribuir el gesto?

Cuando traemos rabia ¿respiramos profundo para no explotar con quien no tiene culpa alguna?

Si nos hacemos dueños de nuestras emociones nos ayudarán para estar ahí cuando el hijo tenga pena, cuando el marido esté cansado, cuando la mujer tenga miedo, cuando la nieta quiera consuelo. Y eso es lo que construye la red de amor y apoyo que nos permite vivir mejor.

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