martes, 16 de junio de 2009

Ese difícil perdón

En nuestras relaciones interpersonales, muchas veces ocurren hechos que nos hacen sufrir o dañan a otros. Esas situaciones, a veces, toman lugar en nuestras vidas y se arrastran por nuestros días sin dejarnos libres. Y son un lastre que nos dificulta amarnos, o ver la belleza en el amanecer, en las hojas del otoño, en las sonrisas ajenas, en los pequeños gestos de generosidad que otros seres humanos regalan.

Para alivianar esa carga que a veces dobla nuestras espaldas hay un secreto, fácil y difícil a la vez. El perdón.

Cuando conseguimos perdonar, cuando logramos recordar sin dolor, nuestro cuerpo es más liviano de llevar, nuestra felicidad es más fácil de alimentar. Para eso a veces basta entender que el otro vivía sus propios dolores cuando nos dañó. En otras circunstancias tendremos que aceptar que la opción de esa persona que nos hizo sufrir fue una decisión cuya responsabilidad le corresponde al otro y que nosotros no podemos controlar.

Cada dolor es distinto y tendremos que preguntarnos muchas veces por qué nos duele tanto la ofensa. Con sorpresa, algunas veces descubriremos que la magnitud del dolor no corresponde a la ofensa, sino a otros fantasmas que cargamos desde antes.

Para perdonar es necesario, eso sí, buscar intencionadamente la forma de hacerlo. Puede decirse que es nuestra responsabilidad de alguna manera.

Lo magnífico de esto es lo liberador que es el perdón. Una vez que hemos perdonado nos libramos de un peso. Sea que perdonemos a otro o a nosotros mismos. Porque muchas veces tenemos que ejercer este cometido con nuestros propias caídas. Debemos aprender de nuestros errores, no castigarnos eternamente por ellos.

No importa quién haya cometido la falta, absolverle de culpa nos liberará y nos permitirá ser más felices… vivir mejor.

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