viernes, 31 de julio de 2009

La enfermedad… esa amiga

A nadie le gusta conscientemente estar enfermo. Pero a nivel inconsciente ocurre a veces que la enfermedad puede resultar útil para algunos propósitos.

Esto puede ocurrir por más de una razón.

La necesidad de conservar la enfermedad nos permite encauzar una herida más profunda o dolorosa que no nos sentimos capaces de manejar. Mantenernos en el ambiente concreto de una enfermedad con diagnóstico específico que nos lleva a la consulta del médico, a la farmacia (acciones absolutamente delimitadas) nos puede permitir aterrizar temores que no somos capaces de manejar o incluso definir. Pero si no nos enfrentamos al hecho de que en realidad no queremos mejorar… no podremos hallar el camino para expulsar ese otro dolor más profundo que nos hace encerrarnos en una situación poco sana.

La presencia de la enfermedad nos permite tener asistencia, compañía, excusa para evitar algunas tareas, ayuda con algunos quehaceres, reemplazo en algunas obligaciones que no queremos o que sentimos que no seremos capaces de asumir. Es una salvadora de la que, eso sí, no estamos siempre claramente conscientes.

¿Cómo puedo sospechar si es mi caso?

En general, la alerta deberá levantarse especialmente con enfermedades de larga evolución que otras personas solucionan, en general, con tratamientos más cortos que el nuestro.

Cuando rechazamos, más de una vez, procedimientos quirúrgicos, hospitalizaciones, nuevas terapias, que nuestro médico tratante nos explica que podría tener éxito, o bien los interrumpimos antes de que se cumpla el plazo recomendado.

Las reacciones adversas a medicamentos son mensajes de rechazo que el cuerpo envía cuando la persona no quiere medicarse. Cuando nos ocurre repetidamente que no toleramos medicamentos para una enfermedad en particular debemos hacer consciente nuestro deseo de no mejorar.

¿Qué hago si es mi caso?

Buscar dentro de mi espíritu esos temas no resueltos o no enfrentados. Acercarme a lo que desea mi corazón y desprenderme un poco de lo que se supone que debo hacer. Establecer mis propias prioridades, cuidando de no dañar gratuitamente a quienes me quieren. Recordar que a veces un dolor producido por una revelación honesta nos puede prevenir de otros, mucho más grandes, producidos por una situación de eternos engaños o recriminaciones (hacia otros o hacia nosotros mismos)

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